Escribo al amparo del silencio de la madrugada, han sido los días más agitados pero más bellos, Lucía está aquí, y su llegada fue la confirmación de que el amor es lo que nos mueve.
Unas contracciones leves me despertaron de madrugada eran las tres de la mañana y Alex dormía, Javi también, estaba en la semana 38. La madrugada nos envolvía como en una breve pausa que se hizo en el mundo, como cuando estás en un salón concurrido y el volumen de las charlas llega un pico y de repente todos callan, nadie rompe ese mutis colectivo, así fueron los días previos, un frenesí; y en la madruga todo se tornó en silencio, solo me acomodé en la cama para reconocerme con mi cuerpo, sentir la intensidad que poco a poco aumentaba, en el punto más alto, mi panza dura como piedra, la tensión sostenida por un tiempo y luego el soltar todo para relajarme y recobrar la suavidad de mi vientre. Me concentraba en mis pensamientos positivos, repasaba mis frases que ya estaban pegadas en la pared y por supuesto le hablaba a Lucía, quien también hacía su parte para llegar a este mundo, le decía que su familia estaría feliz de conocerla pronto, que juntas haríamos un gran equipo.
Cerca de las seis de la mañana pensé que ya era tiempo de que todos nos alistáramos, que esas tres horas previas serían siempre de Lucía y mías pero que necesitaba a Alex, necesitaba su compañía y que él caminara conmigo este trayecto. Le dije “Alex es hora”, aún recuerdo el pequeño salto que dio pero me miró serenamente y supo que, si bien ya venía nuestra hija, aún quedaba tiempo. Revisé una vez más mi closet, dejé a la vista algunas blusas y pijamas de lactancia para poder tenerlas a la mano y poder tomarnos unas fotos lindas una vez que Lucía estuviera con nosotros y no tener que escogerlas después del parto. Desayunamos unos deliciosos hotcakes con fruta que Alex nos preparó. Noté que Javi había amanecido más chipilón de lo normal, entonces le dijimos que dentro de poco su hermana saldría de mi cuerpo para estar con nosotros, se quedó muy serio y de hecho todo el resto del día estuvo pensativo, pero emocionado; creo que la alberca en la habitación que hace dos días Marisol, mi partera nos había dejado, era algo muy atractivo para él y nos preguntaba a cada rato si ya la podíamos instalar y llenar de agua. Llamé a mi mamá y Alex hizo lo propio con la suya; también le marqué a Sofía y le dije que quizá debía de estar alerta más tarde en el día.
Alex fue a comprar flores, sabe que adoro las gerberas, trajo de todos los colores y justo a la vista, frente a la alberca, colocó un ramo con seis de color rosa y con una blanca en el centro, ese sería lo que, en las clases de hipnoparto, se conoce como “Mi punto focal” hacia allá miraría cada que sintiera que el dolor me vence. Estuve en constante comunicación con Marisol para ver que todo estuviera bien. Me recordó que si sentía romper mi membrana (la fuente) revisara que el líquido fuera transparente, así también me recomendó usar las bolsa de agua caliente para aliviar la presión en mi cadera. Hicimos check list: los lienzos de pañales para proteger la cama, la pelota, un rebozo para masajes y el recipiente en el que guardaríamos la placenta. Todo estaba listo. Me indicó que cuando lo sintiera prudente comenzara a ejercitarme con la pelota: “recuerda que tu cuerpo sabe muy bien que hacer, así que sabrás cuando la necesites” puntualizó. Rompí fuente sin ningún contratiempo, todo estaba claro y las contracciones seguían en curso cada diez minutos, pero al cabo de unas horas me sentía estancada, se habían vuelto a espaciar a cada veinte minutos o hasta media hora, irregulares, como que algo las hubiera puesto una pausa. Comenzaba a sentirme ansiosa de que se hubieran espaciado, ¿esto tardaría más de lo imaginado?, ¿podría hacerlo?, ¿podríamos tener a Lucía en un parto natural en casa?
Mi suegra llegó para la hora de la comida y trajo un par de guisos para ese día y los siguientes, cosa que agradecí en el alma, y un flan de queso que hace exquisito, sabe bien que me encanta. La indicación de mi obstetra fue comer y beber normal, no interrumpir la ingesta, y sobre todo, comer cosas que me gustaran para así ayudar a la sensación de bienestar, esas hormonas me iban bien.
Marisol ya estaba en mi casa para hacer su primera revisión, palpó mi vientre, miró mis ojos y me escuchó, yo estaba alegre y un poco acelerada, ella no deseaba hacerme un tacto para ver si había comenzado a dilatar, por lo regular las parteras lo notan en el comportamiento de la madre. Más bien me recordó que comenzaría un trabajo de paciencia y concentración, ella suponía que aun faltaban muchas horas para que Lucía estuviera entre mis brazos, me dijo; recuerda “La parturienta necesita silencio y necesita oscuridad”. También nos dijo que para que todo estuviera en armonía debíamos tener un ambiente no solo limpio por higiene sino también de energías, por eso, cuando mi suegra llegó, Marisol le hizo una limpia para que dejara el humor de la calle afuera antes de entrar a este nuevo templo de nacimiento. Sin embargo mi mamá no llegaba, Sofía en definitiva no vendría, mi cuñado tuvo que salir de viaje y mi sobrino parecía tener una fiebre que apareció de la nada, era como que mi tribu se hacía más pequeña.
Marisol se fue y en un momento sentí que las contracciones se detuvieron, así que fuimos a un último chequeo con la obstetra y me dijo que iba todo bien, pero que si en doce horas no paría me aconsejaba volver al plan del hospital. Yo no quería eso, pero me explicó que una vez rota la membrana había ya una posible entrada de bacterias y que eso exponía a Lucía, que ella me pedía esperar solo ese tiempo. Al revisarme solo tenía tres centímetros de dilatación y me sentí algo frustrada. Ella nos aconsejó dar un tiempo, pero que si no, la oxitocina para inducir el trabajo de parto podría ser un gran aliado. Imagino que hice una cara poco agradable.
Por llamada le conté a Isabel sobre la sugerencia de la oxitocina y nos dijo que mejor buscáramos una forma de crear la natural, la sintética podría hacer que todo se desequilibrara. Marisol también reafirmó esto, nos dijo que algo sintético es un agente externo y que mi cuerpo y mi mente romperían el equilibrio al sentir unas contracciones forzadas. Recordé que una compañera en el psicoprofiláctico dijo que se arrepintió de aceptar la oxitocina sintética porque, según su experiencia y de otras mujeres, las contracciones habían sido mucho más fuertes de lo que su cuerpo podía soportar, y el dolor había crecido de tal forma que pasar el parto sin anestesia pareció imposible de lograr. Ambas nos sugirieron como alternativa buscar una forma natural, el sexo puede ayudar a precipitar los partos, eso es algo que se dice mucho, pero al haber membrana rota era recomendable que nada entrara en el canal de parto así que en casa con Alex probamos una estimulación que no incluyera un riesgo; y aunque el estado de alerta de antes no me hacia sentir mucho en el humor, el estar solos, el abrazo amoroso, las caricias y atención de Alex, ayudaron a que yo tuviera ese coctelito de hormonas que necesitaba.
Marisol e Isabel llegaron juntas por la noche. Ahora si, las percibí mucho más proactivas, mientras Isabel instalaba todo, Marisol me revisó para encontrar que había avanzado solo otro par de centímetros y la verdad es que comenzaba a sentirme un poco cansada. La hora de dormir de Javi se acercaba, y la casi certeza de que mi mamá no estaría me tenía estresada. Había mucho del exterior en mi interior.
Marisol le pidió a Alex que me ayudara a relajarme con un suave masaje en la zona lumbar, mientras ella preparaba un té que ahora lo recuerdo como un elixir para parir, era una mezcla misteriosa de chocolate criollo, pimienta, canela, hierbas aromáticas como albahaca y aguacate, y otros ingredientes que se me han escapado, me supo delicioso. Mientras me lo tomaba me preguntó si algo me preocupaba, esperé a que Alex saliera de la habitación para soltar en llanto y decirle que no sabía si podría con todo esto: dos hijos que cuidar, con un trabajo que manejar, una casa que sostener y un esposo que acompañar. Me preguntaba ¿en donde voy a quedar yo? Es como si me hubiera dado pánico escénico, resentía como nunca la ausencia de mi madre. Me dijo: “eres una mujer fuerte, valiente e inteligente; si en verdad creyeras que no puedes hacer lo que necesitas no estarías en este lugar; tu cuerpo, tu alma, tu ser entero te ha traído a este momento y cuando los retos aparezcan también saldrá a relucir tu fuerza interior. Además, por lo que he visto, tienes un buen sistema de soporte, un compañero de vida y una familia que aparece. No estás sola y siempre que lo necesites podrás pedir ayuda, porque no tienes que hacerlo todo sola”. Y tenía razón. Me sentí más ligera al oírme decirlo, pero también al encontrar un eco de sus palabras en mi interior.
Terminamos la charla con un masaje en el que aplicó digito presión, primero en las piernas, al interior, muy cerca de los tobillos, luego las manos entre el dedo índice y el gordo, igualmente en los pies. Aplicaba presión con los dedos en movimientos circulares y poco a poco recuperé la fuerza. Luego aplicó presión en mi frente y entonces me sentí completamente relajada, un poco más en los hombros, en el tobillo y al final en el talón. No solo dejé pasar mis preocupaciones, ya estaba lista para vivir el momento al máximo, entrar en mi cuerpo y la consciencia de sus partes. El timbre sonó, era mi madre, llegó casi a la media noche, y yo me sentí feliz de saberla cerca.
Poco tiempo pasó para que mis contracciones alcanzaran su ritmo, primero cada diez minutos, luego cada cinco minutos, luego cada tres minutos. Estaba yo navegando entre las olas. Recuerdo que cuando oí que así las nombraban, “olas uterinas” u olas de parto me pareció curioso. Pero tiene una gran verdad detrás, pues las olas al igual que las contracciones tienen el poder de movernos, tambalearnos, tumbarnos y hasta revolcarnos, todo depende de cómo estemos preparadas para recibirlas, y yo navegaba con ellas en su intensidad y en su calma. Todos dormitaban sobre los sillones de la sala mientras Alex y yo en la habitación navegábamos entre las olas. Cerca de las dos de la mañana les dije a todos que era tiempo, Isabel ya tenía la alberca lista con el agua a la temperatura adecuada. Yo me alisté y me puse una blusa de tirantes de lactancia que tenía lista cerca de la tina y me sentía confiada. En cuanto me fue posible me moví al interior, creí que me sentiría rara, pero Isabel me guiaba, me sugirió varias posturas hasta sentirme cómoda, encendió algunas velas más y se aseguró que la música seguiría por al menos un par de horas más entonces le indicó a Alex que entrara al agua conmigo. Él me abrazaba, pasaba su mano por mi frente, me decía lo fuerte y lo extraordinaria que era. Lo mucho que nos amaba, y que tenía la fuerza para traer a Lucía a este mundo. De cuando en cuando miraba el ramo de gerberas rosas y veía a Lucía brillar como la flor blanca. Las palabras de mi compañero fueron el sostén para no sentirme perdida entre esa olas que ahora llegaban sin piedad a cada minuto, recuerdo que hasta me quedaba completamente dormida entre contracción y contracción, Alex me sostenía para no hundirme en la tina. Pronto entramos a un mar que no daba tregua, ya eran tres contracciones por minuto, ya no me daba tiempo de dormir, parecía que cada ola se sumaba a otra hasta subir el nivel y desbordarme, que el dolor subiría hasta no poder más. Cambié de posición varias veces porque sentía que no podía, que todo me vencía, Isabel me repetía “lo haces muy bien” “cada contracción te acerca más a ver a Lucía”.