La belleza de conocer a Lucía: nuestro parto en casa. Parte 2

La belleza de conocer a Lucía: nuestro parto en casa. Parte 2

 

Cuando Marisol e Isabel llegaron, alcancé a ver todo lo que traían: un Baumanómetro, un monitor Doppler y un estetoscopio pinar para vigilar el latido del bebé. Traían también un tanque de oxígeno pequeño, soluciones salinas y vías intravenosas y otras cosas más que no alcancé a ver del todo. Confirmaba lo que ya sabía, que ellas eran parteras profesionales y que mi bebé estaría en muy buenas manos. También teníamos cerca el teléfono del neonatólogo y días atrás habíamos recorrido la ruta al  hospital para estar certeros de saber qué hacer en cualquier eventualidad.

Le dije a mi madre que fuera por Javi, sin embargo, era como si un sueño muy profundo lo tuviera atrapado, pensaba que se lo perdería, que no vería a Lucía llegar, y si bien me angustiaba un poco, mi corazón y me mente estaba enfocados en mi hija, por lo bajo llamé a Javi, con el pensamiento le dije que era tiempo de venir, y solté ese pensamiento para enfocarme en el momento. Sentía como si todo fuera nuevo, porque aunque ya había tenido un parto previo con Javi, fue distinto, en aquella ocasión mi mente, mi cuerpo estaba en un esquema médico, y ahora era distinto: descubrir de nuevo mi cuerpo, cómo se amoldaba, se preparaba, cómo funcionaba de una manera precisa como solo la naturaleza puede hacerlo, sincronización y perfección pura.

Ya casi para que Lucía coronara estaba yo al borde, creí por un momento que no lo lograría, el cansancio se iba acumulando, se sentía mucho más que con Javi, una parte de mi quería que ya terminara, que algo o alguien me sacara de ello, y al mismo tiempo mi mente me felicitaba por lo fuerte que era, ya solo era un pequeño paso, un último esfuerzo. Isabel guiaba mi forma de respirar, “como si le soplaras a la vela” me decía. En ese trance alcancé oír a Alex decir, “mira ya está aquí”, lo sentía, bajé la mirada para comprobarlo y mis manos acompañaron el gesto. Ahí estaba el principio de su cabeza, su cabello flotaba como una pequeña alga dorada en el agua.  La siguiente contracción era la decisiva, estaba en cuclillas sobre la tina y me dije: “este es el momento”. Marisol me recomendó un pujo suave pero sostenido, para que Lucía saliera poco a poco, la gravedad ayudaría, sentí pasar no solo la cabeza de Lucía sino también sus hombros, sentí un tirón leve, un ardor, hasta que llegó a mis manos.  Javi dijo: “¡wow, es una sirena!”, y todos reímos, ¿en qué momento se despertó?, no importaba, el corazón se me escapaba en saltos, estábamos completos.

 


Todo el dolor, las dudas, el sentirme dividida se fueron. Escucharla me llenaba de satisfacción, no era un llanto eran sus ruidos de bebé, nació tan tranquila, con los ojos abiertos, moviendo sus manitas. Despacio nos acomodamos para que Marisol la pusiera en mi pecho y los cuatro nos fusionamos en un abrazo que deseé fuera infinito. Ver las manos de Javi acariciar la cabeza de Lucía con ternura y paciencia me llenó de amor hasta las lágrimas. Alex no paraba de decirme lo fuerte, valiente que era y lo mucho que agradecía que Lucía estuviera con nosotros.

 La mantuvimos cerca de nosotros unos minutos más hasta que llegó el momento de pasarnos a la cama pues el agua estaba por enfriarse, nos envolvimos en toallas y Marisol tomó a Lucía para revisarla, medirla, auscultarla. Le habló a Lucía con amor para pedirle permiso de ponerle la vitamina K y no vi que la aspirara, no como en el hospital hacen, mientras que Isabel en su segundo rol como practicante de partera me atendía, tardé un poco en poder expulsar la placenta, incluso entonces fue que contemplamos usar la oxitocina, pues de otra forma  tendríamos que ir al hospital para que me ayudaran a sacarla y no queríamos eso, iba en contra de todos los planes, romperíamos este templo que formamos con tanto amor; pero con el tiempo sucedió.

Para ese momento le dije a Isabel que todo mi cuerpo se sentía exhausto, me dolía como si hubiera corrido un maratón, y con sus aceites me dio un masaje que fue como una gran recompensa.

Una vez que Marisol nos devolvió a Lucía la mantuve siempre en mi pecho, intenté que se alimentara de mí lo más pronto para respetar su hora dorada. Sin embargo no pude hacer que se prendiera del pezón. Era raro, pero no me angustié, estaba muy confiada de que pronto lo tomaría. Por mis pechos ya se asomaba el calostro, amarillito, listo para alimentar a Lucía, pero a ella no le interesaba aún.



Tras el alumbramiento de la placenta, la pusimos en el recipiente para que estuviera con nosotros hasta que el cordón umbilical dejara de latir. Javi lo veía con interés, le dije que así nos conectábamos su hermana y yo, como con el teléfono. Entendí su cara de extrañeza,  para él los teléfonos no tenían cables, necesitaba otro ejemplo para mantener la idea. El poder esperar  era una de las bondades de tener un parto en casa, podríamos tener a Lucía con su placenta cerca hasta que la sangre que contenía se transfiriera hasta nuestra pequeña. Ese extra de hierro le daría una protección y fuerza por los siguientes meses. Además, era una sensación que, si bien no puedo explicarlo del todo, era como honrar y agradecer a su placenta por mantenerla viva y a salvo mientras crecía.

Marisol y Isabel se quedaron con nosotros a lo largo de la mañana, mi suegra y mi mamá prepararon un desayuno lleno de frutas y de energía. Me puse una bata de maternidad que se abría delante, de esa manera podría tener a Lucía siempre pegada a mi pecho. Mi mamá me llevó una canasta de chocolates con praliné que me encantan y que solo venden en época navideña, compró extra para mí la navidad pasada para estos días. Sonreí y de nuevo vi ese brillo en los ojos, el que encontré cuando nació Lucía y la vió envuelta en nuestros brazos. Creo que nos encontramos de nuevo, más que como madre e hija, ambas como madres y mujeres de familia y ese es otro regalo que el parto en casa nos ha dejado como familia.

Cuando Isabel llegó a nuestra vida con el nacimiento de Javi, una de las cosas que hizo fue ser guardiana de su placenta y en esta ocasión no fue la excepción. Nos pidió participar en un ritual para dar gracias y despedir a la placenta. Ya por la tarde fue tiempo de cortar el cordón. Alex le preguntó a Javi si quería participar y él dijo que sí, pero antes tomamos algunas fotos de Lucía y su placenta encontradas, mirándose una última vez, dejando que esa comunicación especial cerrara su ciclo. En un papel amate hicimos la impresión de la placenta. No puedo describir en su totalidad la magia que encierra el ver el árbol delineado que queda en el papel, ese árbol vital que mantuvo a salvo a nuestra hija en mi vientre. Abajo dejamos la impresión de nuestras manos, de Alex, Javi y mías junto con los pies de Lucía, era casi un corazón que envolvía sus huellas. Le dimos las gracias e Isabel la preparó para poder llevársela más tarde y que pudieran hacer las cápsulas que me ayudarían en los siguientes meses.

Alex tomó las manos de Javi y lo guío y entre los dos hicieron el corte. Pensé que ese era el mejor regalo para Javi que había visto llegar a su hermana. Mi suegra hizo unos guisos que le quedan deliciosos para compartir con todos y celebrar.



Javi nos llenó de preguntas y ha visto el video del nacimiento con mucho interés. Sobre todo, le hemos dejado el recuerdo de lo sucedido y la comprensión de que nacer es un acto de amor y de comunidad, en el que la familia se involucra por completo. Confirmé también aquello que pensaba pero que deseaba experimentar por mí misma: el momento de parir es pura naturaleza, y es la naturaleza quien te da fuerza, no hace falta la intervención extraordinaria de los médicos, el cuerpo femenino es sabio y lleno de recursos y por sí mismo puede generar y traer la vida al mundo. Somos una creación increíble.

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