Me he dado cuenta que sin querer he dejado a Alex casi totalmente fuera de este blog, no me mal entiendan, él es y será siempre el compañero ideal para mi vida. Convertirnos en padres ha sido todo un viaje, desde que empezamos a platicar sobre la posibilidad de tener un bebé, que más tarde resultó ser Javi hasta todo lo que vivimos, (pues más allá de cuanto pudimos leer o que nos dijeran), es una forma nueva y distinta de ser. No somos la misma pareja que fuimos cuando éramos novios, mucho menos la que planeó estar juntos, ni la que pasó por la aventura de nuestro primer departamento rentado o quienes finalmente nos convertimos al ser padres y adquirir una casa propia. Hemos crecido tanto y aprendido el significado de ser en compañía.
Aún recuerdo la primera vez que nos vimos y me sorprendió su tono olivo, casi bronceado tan característico y distintivo en esta ciudad, pero sobre todo su mirada fija y sus sonrisa cálida. Aún lo miro y mariposas revolotean en mi panza, además de este nuevo bebé. Hace poco más de una semana, mientras trataba de sentirme lista para iniciar el día y contemplaba frente al clóset si usar unos jeans de maternidad y un blusa para estar cómoda o un vestido de maternidad con sistema de lactancia, alcancé a verlo por el espejo sentado en la cama listo para ponerse los calcetines sin su camisa, porque es la camisa lo último que se pone, y sentí algo más que un revoloteo, fue esa sensación electrizante que ascendió desde mi sexo hasta la boca, y anhelé de pronto esos besos llenos de pasión y sus manos deslizarse por mi cuerpo. Me encuentro inundada de un deseo que ha ido creciendo con los días, es más que solo hormonas, es saberme amada y mucho más dispuesta que la anterior vez a dejar que la libido suba. Esa mañana me fue muy difícil salir del estado hipnótico, en que sus hombros que enmarcan su postura casi perfecta, me dejan al mirarlos, y cesar esa respiración algo agitada que me robó el instante; poner movimiento en las piernas que sentían la intensidad de lo que sucedía en mi zona pélvica fue complicado. Durante el trance de la placenta agradecí que fuera tierno y cuidadoso, hasta paternal, pero ahora quería que su actitud fuera más intensa y no sabía bien cómo decirle o incitarlo.
En mi primer embarazo dejamos de tener relaciones sexuales al principio por las molestias propias del primer trimestre y luego por cierta precaución que vino de no sé qué parte de la mente. Vaya no es que no supiéramos que el bebé no tendría problemas de continuar con nuestra vida sexual sino que era una pregunta más de cómo nos sentiríamos o cómo retomarlo. El descubrir tantas cosas por primera vez nos abrumaba y de poco en poco con besos que encendían y caricias que continuaban fuimos retomando aquello que nos gustaba hacer pero con una menor frecuencia y más calmado. Hacia el tercer trimestre el asunto se volvió casi nulo por el vientre más grande y el cansancio que me invadía. Una vez que Javi nació y en esas charlas en las que a veces nos sumergíamos mientras mirábamos el techo en las noches, agotados pero felices, resolvimos que fue más un poco de temor, infundado es cierto, lo que hizo que nuestra vida sexual disminuyera.
Pensaba que ese temor se habría disipado en este segundo embarazo, sin embargo, el estado de alerta de hace unas semanas parecía haber hecho de Alex, el cuidador perfecto, pero muy lejano al cómplice y el amante que anhelaba. Sin poder resolverlo sola quise platicarlo con alguien más. Quedé con Sofía, mi hermana, para vernos y tener una tarde de juegos con Javi y Manuel, mi sobrino. Aún están en la edad que sus diferencias de edades no les permiten jugar mucho juntos. Una vez que llegó la hora de la siesta de los niños saqué el tema con ella. Me dijo que ella con Luis, su esposo, no pasaron realmente por ese bache, al menos al principio del embarazo y mantuvieron relaciones sexuales quizás con una menor frecuencia o en ocasiones algo menos intenso por los cambios en el cuerpo y alguna incomodidad en la espalda u otra parte del cuerpo.
Me preguntaba si era debido a que fueron padres aún más jóvenes o me había perdido de algo. Se rió un poco de mi planteamiento y confieso que no me gustó ser, esta vez, menos avezada que mi hermana menor. Me dijo que el secreto estaba en el día a día. Que a veces con cosas sugerentes, frases al oído o un que otro mensaje, les hacía mantener el fuego vivo hasta que la rutina les dejaba juntarse y podían dejarse llevar. Me parecía una cosa muy viable y práctica
Hablé con Isabel al respecto. Y aunque esperaba una fórmula mágica para sentirme menos al extremo de la explosión cada vez que lo miraba, lo que en realidad obtuve fue el último empujón. Me dijo que no tenía porqué limitarme, al contrario, debía seguir lo que en ese momento sentía. Claro que pensar que hasta las duchas propias no hacían sino ponerme más en tono, por la hipersensibilidad de ciertas zonas y que al mirarme distinta me sentía mucho más sexi por las curvas pronunciadas, mis pechos no solo más grandes, sino más turgentes y hasta luciendo una morfología un poco distinta pero vaya, lindos, y sobre todo listos para la acción. A veces hasta debía de parar ciertas películas o series porque los encuentros entre los protagonistas, incluso solo los besos, me hacían sentirme expectante.
Con mucha seriedad me dejó en claro que mantener relaciones sexuales no solo es bueno, es saludable, porque prepara los músculos de la vagina para el parto, y más adelante porque el semen ayuda a ablandar el cuello del útero para que la dilatación sea más efectiva y, en la etapa final, puede ayudar a inducir el parto. “Si ya tienen la luz verde de la ginecóloga no tienes que limitarte. Los cambios en tu cuerpo favorecen que estés más sensible y las sensaciones se multipliquen incrementando el placer. Además tener sexo ahora será una experiencia distinta, muy placentera pero los unirá mucho más como pareja y, si tienen el suficiente, no se desconectarán cuando paren tras el parto. Eso sí, necesitas hablar con Alex y ser directa. Esto que te he dicho te da buenos motivos para que mantengan su vida sexual activa, pero también es necesario que él sepa lo que tú quieres, y tú necesitas saber qué es lo que siente o si hay algo que le impide satisfacerte”.
Confieso que mi primer intento para incitarlo fue más burdo y menos efectivo, probé un poco con la desnudez, un movimiento poco sutil. Me sentí frustrada al notar que él se sintió algo perdido y acorralado, y se alejó un poco tras darme un beso en la sien. La siguiente vez probé con hacerle caricias al pasar, aquellas que erizan la piel y dejan volar la imaginación, algo más provocadoras, y reafirmar la propuesta con una mirada muy elocuente. Más tarde en la noche, busqué sus besos y un poco más de acción y al notar una renuencia me dije: es tiempo. Le pregunté por lo que pasaba, necesitaba saber qué lo detenía. Guardó silencio un poco y me explayé diciendo todo lo que Isabel me había dicho. Me miraba atento pero aún así no podía descifrar lo que pasaba por su cabeza. Así que me aventé, si bien no han sido pocas las veces en que la iniciativa la he tomado yo, en especial en una época muy específica de nuestra vida juntos, siempre era más una insinuación y una propuesta que él seguía. Me imaginé que ahora sería distinto. Le dije lo mucho que pensaba en él, en nosotros. En las cosas con las que fantaseaba algunos días, que mi imaginación volaba cada vez que lo veía alistarse para salir a trabajar, y en la completa revolución que la cercanía de ese momento juntos en la cama había desencadenado minutos atrás en el sur de mi cuerpo. Me miró sorprendido y decidí esperar un poco aunque me sentía muy al borde. Me miró fijo a los ojos y deslizó su mano en mi cara, me dijo: sabes, es solo que te veo y mi mente imagina de nuevo esas lágrimas que te invadían mientras estabas en reposo. Me quedé muda. Completó: sé que quizá lo hablamos antes, que el siguiente embarazó estaríamos más cerca de nosotros y menos de los miedos y las ideas preconcebidas, pero no ha sido fácil. Los cambios son notorios, a veces te miro y eres alguien distinta, y no es que no me guste, es solo que me cambia la idea que tengo de ti; pero sobre todo me da miedo, ¿y si hago algo que te lastime?, ¿y si hago algo que desencadene de nuevo el asunto de la placenta?, ¿quién dice que no te haré sentir mal o incómoda si me pierdo en el deseo? Y como esas frases dijo muchas más. No tenía idea de las muchas dudas o los sentimientos tan profundos que lo detenían, ese miedo a un aborto no era contado por encima, en verdad lo quebraba, la posibilidad de que algo nos pasara y se quedara solo con Javi, lo hería.
Hablamos por algo más de una hora hasta que lo percibí mucho más tranquilo. Sin embargo, algo más me llenaba por dentro así que moví la conversación a cosas que había leído, posiciones que eran seguras y que podíamos probar, no porque fueran muy distintas o complejas, pero sí en las que él se sintiera seguro de no lastimarme, y que aún así me hicieran sentir plena. Dejé las que más me emocionaba probar al final, aquellas en las que podía tener el control. Ser quien tuviera la iniciativa, la guía y hasta el control de nuestros encuentros me parecía muy excitante. Y aunque ese primera vez en este embarazo fue más mesurado de lo que esperaba, pude notar que al avanzar, al explorarnos despacio pero sin inhibiciones Alex se sentía más confiado; por eso, unas horas después, más temprano de nuestra hora usual de despertarnos, no me sentí mal de sacarlo del sueño con caricias y los besos más encendidos que se me ocurrieron, y no solo en la boca. Así que esa segunda ocasión todo fue tomando más la forma de las escenas que había recreado en mi mente, unas que me habían mantenido en vilo en la noche o en el día. Ahora solo planeamos las fantasías que quisiéramos probar, vaya que el cielo es el límite, aunque también su energía.