Preparar todo para el parto me ha hecho preguntarme más cosas al respecto y es que, así como todo el tiempo hemos estado pensando en cómo recibir a Lucía, tan importante es pensar en quién va a recibirla. Más allá de las condiciones particulares que el parto en agua supone, y que aún necesitamos ir resolviendo, está el quién será el pediatra o neonatólogo que atenderá a nuestra bebe en sus primeras horas.
Pienso que no es que se me haya escapado, es solo que con Javi todo estaba dicho y acordado, en el hospital y con la obstetra que atendió su parto nos asesoramos, el neonatólogo era, pues, parte del equipo de trabajo, se conocían, solo Isabel era el agente externo que se convirtió en nuestra guardiana de Javi y mío. Aún con la intervención de ella, el papel de Alex quedó muy en la orilla y eso es lo que no quiero repetir; inclusive el que Javi tenga su papel como hermano, algo que no es fomentado en la práctica regular.
Javi nació en un ambiente no tan agitado como otras amigas me han contado al respecto. Desde la compañera de trabajo que comenté en un par de blogs anteriores cuyo parto fue en un hospital del sistema de salud, y otras amigas que se han atendido de manera particular. Recuerdo a mi prima Liz, quien vive en la Ciudad de México, y tuvo una mala experiencia en uno de los hospitales más renombrados de la ciudad. Les ofertaron un paquete que incluso incluía el registro multimedia del parto. A sabiendas del prestigio y del nivel y costo del mismo, pensaron que era el tipo de parto ideal. No se imaginaron el poco tacto y el trato tan poco humano que el neonatólogo le dio a su bebé, es decir, dentro de ese quirófano ya no era un bebé al que debieron tratar con delicadeza, fue más un producto, algo que salió de la madre y debía ser limpiado, medido y escudriñado para “revisar su salud”. Sólo lo acercaron un momento a su madre, quien únicamente pudo darle un beso a medias y lo apartaron para ponerlo bajo una luz intensa, le metieron una sonda, lo inyectaron y le pusieron gotas irritantes en sus ojos. Lo primero que recibió al llegar a este mundo fue una serie de acciones sin calidez, sin empatía, incluso de muy poco respeto, en especial a su condición de recién nacido.
No puedo imaginar lo traumático que puede ser para un bebé pasar de estar en un medio cómodo, caliente y protegido a un lugar frío, porque las salas hospitalarias mantienen una temperatura baja, en el que lo suben lo bajan, lo agitan, lo sostienen de sus piernas, lo hace llorar, le aspiran la garganta, lo tallan para limpiarlo, estiran sus brazos, piernas y cabeza para poder medirlo; y no reciben un abrazo ni el calor de su madre o su padre. Incluso es abandonado en un cunero solo y apartados de todo contacto humano. ¿Qué pasará por su mente?, ¿qué impresión quedará en su cerebro y su alma de un shock tan profundo?
Y no es que no deban atenderse, pero si algo he aprendido en este camino, ya más consciente con Lucía, es que no hay prisa, el cuerpo de la mamá y del hijo son sabios, tienen su tiempos, sus formas de desencadenar el parto, un flujo de hormonas y de pasos que los envuelven en sensaciones cálidas y llenas de amor. ¿Por qué violentar esas formas?, ¿por una comodidad médica?, ¿por una optimización de recursos?, ¿por una preservación de la salud? Después de analizarlo mucho, esta última frase es la que menos parece cierta.
Investigando en internet me encuentro un artículo de la semana del parto respetado promovido desde el 2004 por la UNICEF. En el cuerpo del artículo habla sobre qué es ese término, pero lo que más me ha llamado la atención es que hablan de los derechos de los recién nacidos:
“Por su parte, los recién nacido/as tienen derecho a estar en contacto con su madre desde el primer momento y a ser alimentados con leche materna sin interferencias. Asimismo, deben ser tratados de forma respetuosa y digna, contar con inequívoca identificación y a no ser sometido/as a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación o docencia.” *¡Ser tratados de forma respetuosa y digna!, lo pienso y lo contrasto con las experiencias de mis conocidas, incluso del grupo de madres en el curso Psicoprofiláctico.
Hemos acumulado varias opciones de médicos, sobre todo con referencias personales, las observo. Busco en mi clóset mi pijama de embarazo y lactancia de pantalón largo y manta para cubrirnos mientras espero que Alex termine su rutina de aseo y tengamos tiempo para analizar toda la información juntos. Javi duerme plácidamente a un lado y pienso en que no lo hicimos tan mal con él, pero que con Lucía será mejor y él será parte de esto.
Sé que a quien quiero como neonatólogo es alguien que resuene precisamente con esa cita del artículo, alguien que no solo sea un buen médico, con una buena reputación y que pueda atenderla de manera profesional, sino que mantenga vivos sus derechos, que la atienda con empatía y si es posible con ternura, porque es la ternura lo que nos involucra a quienes ya estamos en esto: a Alex, a Javi, a Isabel y a mí. Quizá esté pidiendo la fórmula mágica, un doctor bueno empático para ella y también para mí en un parto en agua. Pero quiero que sea una experiencia de vida para todos como familia y un goce el recibir a Lucía, cuando ella decida al fin nacer.
* artículo publicado en https://www.unicef.org/argentina/parto-respetado