¿Y si al final de todo no hay un segundo bebé? El difícil trance ante una amenaza de aborto.

¿Y si al final de todo no hay un segundo bebé? El difícil trance ante una amenaza de aborto.

El llanto de Javi llenaba todo el espacio, toda la recámara y podría haber llenado por completo mis pensamientos, pero yo también lloraba y la causa me tenía rebasada y sin poder articular palabra o movimiento alguno. Ahí estábamos los dos llorando ya casi sin fuerza, sin ganas, sin contención.

El llanto de mi bebé no era uno cualquiera, el más grande alarido que jamás le había escuchado acompañado de lágrimas grandes y gordas. Se ha cansado de que no pueda cargarlo, atenderlo o llevarlo de paseo, no entiende cómo es que yo, su madre, me he convertido en algo estático e inalcanzable.

La cita con la ginecóloga no ha ido bien, me ha dicho que tengo un ligero desprendimiento de placenta y debíamos evitar que avanzara. Aunque no debía, en casa me puse a leer todo cuanto pude al respecto: “se produce cuando la placenta se separa parcial o totalmente de la pared interna del útero. Esto puede disminuir o bloquear el suministro de oxígeno y nutrientes del bebé y causar un fuerte sangrado en la madre”. Sobra decir que la idea me aterró. Puesto que mi caso era muy leve, y para evitar mayores riesgos, mi tratamiento incluía el permanecer en reposo absolutos por 4 días o más. ¿Cómo podría hacer eso? No, no con Javi, no con los pendientes, no con… y sin embargo el miedo a dañar de alguna manera a este pequeño o pequeña, mi segundo bebé, me atormentaba. Si me hubieran pedido escalar cualquier montaña yo sola o la empresa más titánica para mantenerle a salvo tampoco lo habría dudado.

El conflicto no se trata de una voluntad sino de una posibilidad. Si bien puedo postergar todo, no hay una manera lógica o activa para que mi niño lo entienda. Es decir, ahí estoy a la mano, a su lado y no puedo estar para él. No puedo cargarlo, no puedo alcanzar sus juguetes ni llevarlo a comer. No puedo mecerlo por horas mientras el llanto lo arrebata, mientras grita un ¡Mamá! desolado.

Alex ha coordinado sus actividades con las de mi hermana Sofía y han quedado de acuerdo para no dejarnos solos y atendernos mientras las ocupaciones de cada uno se los permita. Aun así, hoy por la tarde tuvieron que dejarnos solos un par de horas, justo a tiempo para la siesta de Javi. Sin embargo, su humor es cambiante, algo lo agobia y se ha despertado después de dormitar intranquilo una hora.

Se levantó con el ceño fruncido y se acostó sobre mi pecho para mirarme con ese gesto de reclamo que no ha cesado desde hace semanas. Traté de abrazarlo un poco y arrullarlo, pero algo encendió su malestar interno. Quiso acostarse por completo sobre mí y cuando sentí su rodilla rozar mi vientre lo alejé. Fue instintivo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a llorar y gritar. Traté de calmarlo sin que sus brazos y piernas agitándose me alcanzaran. Al final ha sido tal el berrinche que se bajó de la cama para poder patalear sobre el piso. Le pedí, le supliqué que se acercara. Le repetí hasta el cansancio que lo quería, “que mamá siempre lo ha querido y siempre lo hará”, en espera de que algo se quedará en su mente nublada por la tristeza y la sensación de abandono. Lo sé, no es su culpa, pero tampoco mía. Sin embargo, en este reposo absoluto la distancia entre los dos ha crecido sin cesar.

¿Por qué este segundo embarazo no ha sido como el primero? La pregunta golpea mi mente cada minuto. Y me regaño, es como pretender que mis dos hijos sean iguales, después de todo, ha sido desde el comienzo que sus diferencias se han marcado, pero ¿no podría haber sido una diferencia más sencilla?, algo como que no son del mismo sexo o algo similar. Aún no sabemos qué tendremos, no se ha mostrado, y me pregunto si ignorarlo es mejor ante la posibilidad de… mejor no termino ese pensamiento. Vuelvo sin querer a él. tampoco se mostraba algo anormal en las ecografías y aquí estamos.

Yo también lloro junto con Javi, lo hago abrumada de cuanto he leído. Al final escucho un sollozo entrecortado que me dice que está cansado. Lo siento dar pequeños brincos en cada inhalación mientras acaricio su cabeza. Está en el suelo y no puedo levantarlo.

Miro desde mi cama el clóset. observo mi ropa de maternidad. Mis primeras blusas de lactancia que compré con emoción al saberme embarazada de Javi, los pantalones de embarazo que me acompañaron con el paso de los meses y se convirtieron en mis aliados y al final, de todas las prendas, el vestido que compramos hace un par de semanas, el mismo que usé aquella noche en la que ante mi familia fue tan evidente que estaba embarazada de nuevo. La sorpresa de algunos al mirarme y la felicidad en sus rostros al felicitarnos es ahora un recuerdo nebuloso.

¿Y si al final de todo no hay un segundo bebé? ¿Es esto una pesadilla que pasará en un par de días o es solo el comienzo de una mayor?, ¿qué fue lo que hice mal?, ¿fue que cargaba a Javi sin precaución alguna?, ¿fue aquel café cargado que necesité para entregar los bocetos de la casa azul? No tomé suficiente ácido fólico, me reclamo. He leído que eso es una causa; es decir no planeaba el embarazo y no seguí el mismo protocolo que con el primero. ¿Ha sido que no usé mis panties de maternidad desde el inicio y no di suficiente espacio a mi cuerpo para albergar a este nuevo ser? Ya sé que ese pensamiento es absurdo, pero en este momento lo sospecho todo, todo lo sobre pienso. Miro en cada acción mínima u omisión de alguna, al culpable. Aunque la culpable de todo he sido yo. Tal vez no, pero es la frase a la que siempre llego. Si es mi cuerpo, ¿por qué no sería mía la culpa?

Alex dice que no es así. Que es una cuestión más allá de la voluntad, que es la ruleta de la vida, la naturaleza. Me abraza siempre que puede y repite que debo ser paciente, que todo irá bien, aún si no llegamos a término. Porque somos una familia y nos tenemos el uno al otro y a Javi también. “Tengamos fe en que todo saldrá bien”.

Aún pienso en mi hijo llorando en el piso de la recámara esta tarde, mientras escribo estas líneas para el blog de una mamá antes de dormir. Ahora soy yo la que siente el pecho saltar por los sollozos. Tengo miedo, mucho. Quiero encontrar la fuerza de Alex para decir que todo irá bien sin importar qué.

  

 

Regresar al blog

Deja un comentario